Retazos de NECN (IV)
Pedro, gracias por el sofá.
Durante el primer festival, los focos cumplieron su función a la perfección, aunque los efectos especiales sencillamente no existieron. La luz entraba o se apagaba de golpe, sin variaciones graduales. En los montajes actuales vemos con envidia no disimulada que incluso se destina un foco exclusivamente para proyectar el escudo del grupo sobre el telón cerrado…
No necesitábamos equipo de sonido, porque no podíamos pagarlo. El portón de acceso del público al salón de actos se abría y cerraba varias veces cuando alguien decidía entrar o salir a media función. Por más que nos esforzábamos en colocar carteles por todo el hall pidiendo silencio, siempre había algún despistado que se dirigía a la biblioteca hablando a gritos al pasar junto a la puerta. Pero para muchos alumnos de la escuela el descubrimiento del teatro tan cerca fue una auténtica revolución, que nos llenaba de orgullo.
Es bien conocido que muchas escenas teatrales se desarrollan en una salita con sofá. Este fue el caso de “Aspirina para dos”, entre otras. Sistemáticamente le pedíamos permiso a Pedro Sánchez para utilizar el sofá que había delante de su despacho, y en los trípticos aparecía siempre la frase “Pedro, gracias por el sofá”. Esta expresión encerraba un eterno agradecimiento hacia una persona que nos ayudó con sinceridad y lealtad desde el principio, y el sofá se convirtió en la materialización simbólica de lo que Pedro representó para nosotros.
La escuela nos dejó una esquinita en “las calderas” para acumular nuestro material escenográfico, que iba creciendo poco a poco. La preparación de cada montaje obligaba a desplegar un equipo de porteadores desde el final del edificio B hasta el salón de actos. Los estudiantes que aún no conocían al grupo nos miraban con estupor cuando cruzábamos el recinto de un extremo al otro cargados con aquellos mastodónticos bastidores de madera de balsa que compramos en 1994.
Teatro para todos. Tiempos de filosofía.
Las reuniones de la junta directiva y de la asamblea de socios se convertían en largas discrepancias acerca de la forma de actuar del grupo y el camino a seguir… Había polémica sobre quién debía decidir qué obras se representaban, si era mejor una obra con muchos actores para que participase todo el mundo o un montaje íntimo de unos pocos amigos que aseguraba una calidad interpretativa impecable, quién debía ser el director de cada obra, cómo se debían celebrar los castings…
La discusión de moda en aquellos tiempos era el cobro de la entrada al salón de actos. En una agitada reunión tomamos la decisión de no cobrar, aunque pondríamos la “gorra”, una caja preparada para recibir lo que voluntariamente quisiera aportar el público. Aunque las recaudaciones fueron suficientes, seguíamos teniendo un problema, porque una parte del público no nos tomaba en serio. Ya no podíamos soportar más las entradas y salidas del salón de actos en medio de las funciones, y finalmente decidimos cobrar una entrada asequible para todos, que garantizara la fidelidad del espectador. Muchos creíamos que no debíamos cobrar la entrada porque nuestro objetivo era facilitar el acceso de nuestros compañeros al teatro, sin poner ninguna traba. Con el paso del tiempo me di cuenta de que fue un acierto establecer el precio simbólico de 150 ó 200 pesetas.