Retazos de NECN (II)
La culpa no es nuestra
Necesitábamos un nombre. Poco tiempo antes del estreno, teníamos que hacer los carteles, los trípticos, y no teníamos nombre. En una de nuestras eternas reuniones en la mesa de Delegación, el asunto del orden del día era bautizar al grupo. Cada uno sugirió un par de nombres, todos ellos con aire de jerga teatral, demasiado vistos, hasta que Ana García, “la pelirroja”, dijo algo así como “La culpa no es nuestra”. ¿Por qué no? Era llamativo, provocador, y permitía usarlo como excusa en cualquier situación. Era un nombre perfecto. Creo que en los trípticos de la primera representación apareció este nombre. Guillermo Buenadicha aprovechó el comienzo del curso 92/93 para dar un giro sintáctico al nombre, que quedó como “No Es Culpa Nuestra”. Se discutió el cambio de nombre y creo que, definitivamente, quedó bien.
Dios, comienza la fiesta…
La representación fue un éxito. Mayo era un mes casi prohibido, todo el mundo andaba pensando en los exámenes y en la Expo de Sevilla, pero aquella primavera fue importante para nosotros por otros motivos.
El reparto se realizó después de los exámenes de Febrero. Fue una reunión en el césped junto al edificio B, donde nos fuimos asignando los papeles en función del tiempo que cada uno creía poder dedicarle.
El salón de actos era un lugar solemne, completamente diseñado y adaptado para la celebración de conferencias y mesas redondas. Había una mesa de ocho metros dividida en tres módulos que pesaban toneladas, con una aparatosa vestimenta de tela marrón sujeta con alfileres e imperdibles, y un pesado equipo de sonido con micrófonos antiguos. Cuando la directiva de la escuela tenía a bien dejarnos el salón de actos tardábamos siglos en desmontarlo todo para obtener un escenario diáfano de apenas tres metros de fondo. Por supuesto, nada de ensayar en el salón de actos hasta unos días antes del estreno. Nos buscábamos la vida entre clases, aprovechando sobre todo las horas de la comida, y generalmente ensayábamos en las antiguas aulas B.
No sé de dónde salió́ el dinero. Supongo que Pedro Sánchez y Guillermo Buenadicha se encargaron de ello. De repente me encontré́ montando unos bastidores con tuberías de PVC (como las de los desagües) y forrándolas con telas negras. Las túnicas de griegos fueron diseñadas y cosidas por nosotros mismos. Di rienda suelta a mis habilidades costureras (mi padre es sastre) ante el estupor de mis compañeros de piso, que estudiaban continuamente. Al fin y al cabo, ellos también suspenderían Campos Electromagnéticos un mes más tarde. No es
que me alegrara, pero supuso un cierto alivio para mí saber que mis suspensos eran compartidos.
Para la representación Guillermo consiguió́ que sus amigos de Ishtar nos prestaran el equipo técnico. Tenían unas estupendas candilejas portátiles que proporcionaban luz frontal desde el suelo. El decorado no pudo ser más pobre. Mantuvimos las cortinas que cubrían la pared del fondo y nos cambiamos tras los improvisados bastidores de PVC y tela negra.
No pudimos evitar que alguno de nuestros ensayos interfiriera con las actividades que se realizaban en la capilla lateral. La puerta que nos separaba no era suficiente para impedir que nuestros diálogos se colaran en las celebraciones religiosas y viceversa. Algunos de los actuales miembros del grupo no saben que lo que actualmente se usa como camerinos para teatro en el pasado era una auténtica capilla, perteneciente a la comunidad católica de la ETSIT.
Mi rendimiento escolar, sin embargo, no se vio afectado por el teatro. Seguí́ sacando las mismas malas notas de siempre, lo que me animó a seguir adelante con el grupo. Guillermo estaba preparando su retirada, así́ que participé activamente en la burocracia de la constitución legal de la Asociación.
El curso 1992/93 fue el de la consolidación. Repetimos DIOS para San Teleko, y esta vez duplicamos el número de actores y personal técnico.
La Delegación de Alumnos había sido trasladada al nuevo local, al fondo del pasillo de la primera planta. Era un espacio mucho más amplio, acorde con las necesidades de los nuevos tiempos. Sin embargo, cuando nos reuníamos en la Delegación de alumnos todo el espacio era poco. En el grupo teníamos ya más de veinte personas. Comenzamos a utilizar aulas para las reuniones multitudinarias, aunque nuestro material se guardaba en Delegación.
“Dios” fue un éxito indiscutible, pero al fin y al cabo era un montaje fácil, alocado y desparramante. Conocíamos la existencia del Festival de Teatro anual de la Universidad, y nos planteamos el siguiente reto… participar en él. Seguíamos sin dinero, pero estábamos eufóricos. Queríamos aprovechar el capital humano que teníamos, montando un espectáculo en el que participara el máximo número de actores y técnicos. Recuerdo que se comentaron varias posibilidades, como “Las Bicicletas son para el Verano”, pero las exigencias técnicas nos hicieron desestimarla.
“Hoy es Fiesta” era una obra desconocida para la mayoría, pero cumplía los requisitos que buscábamos: era trágica, pero entretenida, con muchos personajes de suficiente relevancia y ternura a raudales. La escenografía no iba a ser nada fácil, pero contábamos con nuestro particular “rey Midas”, Javi Abellán, por entonces conocido como “Javi el Valenciano”.
Cuando terminó la función se acercó a mí un grupo de chicos de la Facultad de Informática, que estaban iniciando también las gestiones para montar un grupo de teatro. En sus caras vi que lo que estábamos haciendo merecía la pena. Uno o dos años más tarde ellos llevaron a cabo una entrañable representación del “El Tragaluz”, la obra que ha estado rondando mi mente desde hace quince años.